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LOS BENEFICIOS DE LAS
CREMAS Como si de joyas se tratase, algunas cremas para el
cutis nos sacuden el bolsillo con precios desorbitados. Venden eficacia y
exclusividad, idea que subraya la necesidad de hacer lista de espera para
conseguirlas. Ahora la pregunta del millón: ¿Lo valen? Llegados a este punto, es lícito cuestionarse si
merece la pena gastarse tres o cuatro veces más dinero que con otra buena
crema antienvejecimiento del mercado. Algunas consumidoras dicen que «una
vez que conduces un Rolls no se puede volver al Seiscientos». Las casas
que las comercializan aseguran que detrás de ellas hay muchos años de
investigación, materias primas difíciles de conseguir, fórmulas inéditas,
patentes costosísimas. Las dependientas de las perfumerías de lujo
cuentan que tienen clientas
que no compran cosméticos de menos de 200 euros porque creen que por
menos no son efectivas, y otras -las menos- que piensan que por encima de
ese precio les toman el pelo. Lo que sí es cierto es que -marketing
aparte, que hay mucho-, detrás hay médicos, cosmetólogos, biólogos
e investigadores, dedicados en cuerpo y alma a buscar ingredientes
exclusivos que tengan un efecto antienvejecimiento mayor que el anterior.
Todas las grandes casas de cosmética tienen departamentos científicos y están obligadas a demostrar sus
«promesas» con estudios hechos en cultivos celulares (ya no se permite
probar en animales) y tests de consumidoras (aunque
se dice que estos estudios no son tan rigurosos como los que
soportan los medicamentos...). La cuestión final es: ¿la eficacia
justifica esos precios? En 1958, la primera crema Re-Nutriv de Estée Lauder
marcó el comienzo de las cremas de lujo. Hasta entonces nadie había
pagado 115 dólares por una crema facial. Su primer anuncio se atrevía a
preguntar: «¿Por qué una crema cuesta 115 dólares?». La respuesta se
encontraba en una receta celosamente guardada, mezclada personalmente por
Joseph Lauder, esposo de Estée, y un empleado de confianza, de la que salía
la crema que usaba la Sra. Lauder. Sus resultados eran tan buenos que
decidió compartirlos, y salió al mercado el primer producto de una línea
que hoy se conoce como «la línea de oro». Cuarenta y cuatro años más tarde, en 2002, se lanzó
la crema más reafirmante y lujosa de la firma, Re-Nutriv Intensive
Lifting Crème (232 euros), que encierra 50 ingredientes naturales exóticos
procedentes de los cinco continentes, y todos los descubrimientos
realizados en su laboratorio en estos últimos años. Como dice el doctor
Daniel Maes, vicepresidente de I+D de los laboratorios, «con su uso
regular, la piel termina por ser auto-suficiente y luchar por sí sola
contra los procesos de envejecimiento. ¿Esto acaso tiene precio?». Ahora, se sabe que en octubre sacan una crema que se
venderá en contados establecimientos, por la que pedirán 1.000 euros. No
podemos aportar más datos porque los responsables de la firma tienen sus
bocas selladas (huele a exclusiva con alguna revista). Otra sorpresa es la que esconden bajo la manga los
laboratorios de La Mer. La primera Crème de la Mer (715 euros, 250 ml) fue -y es- otra de esas cremas de culto
en el mundo entero. Su creador, un físico aerospacial de la NASA al que
le explotó un experimento rutinario que le produjo severas quemaduras,
necesitó doce años y seis mil experimentos para lograr una crema que le
regenerase la piel. En su fórmula, ningún ingrediente milagroso, sólo
los minerales de unas algas marinas frescas del Océano Pacífico (su
composición es muy similar a la del plasma sanguíneo y a la de las células,
por lo que se minimiza el riesgo de alergia), combinados con vitaminas. La
gran innovación fue que sus componentes se fermentan «en frío», en
lugar de a altas temperaturas como se hace con la mayoría de las cremas,
disminuyendo la eficacia de los ingredientes clave (como cuando se
sobrecocinan las verduras, que pierden parte del valor nutritivo). Además, cada frasco se rellena a mano para no
alterar la formulación. Otro mérito técnico de Huber fue que el empleo
de la Sonoquímica -hoy en día una rama aceptada de la ciencia- que
consiste en someter los ingredientes de Crème de la Mer a luces y
sonidos, durante dos horas diarias, a lo largo de los 4 meses del proceso
de fabricación. Pero la sorpresa que nos deparan ya puede tener la luz y
la música incorporada para justificar los ¡2.100! euros que van a
cobrar. De sus laboratorios va a salir un nuevo producto tan exclusivo y
exquisito que se servirá sólo bajo pedido, por orden de encargo. ¿Cómo
justifican ese precio? La respuesta no la tendremos hasta octubre, porque
mantienen el secretismo en torno a este lanzamiento. Lo que sí
podemos adelantar es que se trata de tres viales, y todo apunta a que
vienen a ser la alternativa tópica a los compuestos que se inyectan en el
rostro. ¡Que tiemble el doctor Chams...! Sí tenemos toda la información de la Sensai Premier
The Cream, de Kanebo, que desembarca en septiembre con intención de
competir con su predecesora, la Sensai Ex The Cream, más conocida como el
Rolls Royce de las cremas. Este producto, que fue un hito de la cosmética
en 1988, salió a la calle con un precio de 100.000 de las antiguas
pesetas. La que presentan ahora tiene un precio similar, 660 euros, pero
como para que los resultados sean los que pretenden hay que usarla en
combinación con The Emulsion (410 euros) y The Lotion (260), el resultado
es que hay que desembolsar para borrar las arrugas 1.330 euros. ¿Qué tiene de diferente? Que es capaz de proteger
el ADN de las células. Esto se traduce en que el organismo se resiste al
desgaste y repone continuamente las células dañadas. Todo empezó cuando
comprendieron que un producto para el cuidado de la piel no podía
transmitir su efecto completo si las células de la piel no estaban sanas,
y por tanto, por muy bueno que fuera,
se desperdiciaba la mitad de su efecto. Kanebo, en colaboración
con la Facultad de medicina de la Universidad Hamamatsu y con la
Universidad Médica Nara, desveló el mecanismo que subyace tras el
debilitamiento de las funciones de reparación del ADN, y se puso a buscar
una sustancia que estimulara la reparación del ADN. «Tras cinco años de
experimentos, descubrimos el extracto de un alga que, además de poseer
propiedades destacadas de retención de la humedad, es rica en proteínas
marinas naturales con capacidad de regeneración y autorecuperación
sumamente altas», nos cuenta el doctor Yoghito Takahasi, científico de
la firma. Y empezaron a desarrollar este nuevo cosmético. «Además del
alga también hemos incluido el extracto de seda obtenido de los capullos
del Koishimaru, un gusano de seda japonés conocido literalmente como el
"tesoro diminuto", no sólo porque
posee enormes propiedades de retención de la humedad, sino también
por la escasa producción en cada capullo (de ahí su elevadísimo precio)»,
añade la doctora Reika Takeda, otro de los científicos de los
laboratorios nipones. Otras cremas de alta alcurnia que acaban de llegarnos
del país del Sol Naciente son las de Menard y las Sony, las que utiliza
la emperatriz de Japón. El elevadísimo precio de las primeras (450 euros
la Crema Hidratante de Noche Embellir) se debe al extracto de Reishi, un
hongo carísimo, muy apreciado en la medicina natural por su capacidad de
fijar el agua en la piel y por sus cualidades antioxidantes,
antiinflamatorias y relajantes. En el caso de Sony (entre 60 y 500 euros),
cuentan con un importante respaldo científico (tras un costoso
proceso burocrático, han conseguido la denominación de «quasi-medicamentos»),
y un regimiento de médicos, farmacéuticos, químicos e ingenieros que
han trabajado muchos años para dar con un ingrediente que frenara el ADN
(como han hecho en Kanebo). Ya lo tienen, y es un derivado liposoluble de
la vitamina C (la Vitamina C es hidrosoluble y por tanto menos estable)
que frena la degradación del ADN en las células cutáneas (Teoría de la
Telomerasa). Y para que no digamos que todo es marketing,
hasta el agua de sus formulaciones es diferente: Pico water se
extrae a 80 metros por debajo de los Alpes del Sur, y tienen unas moléculas
más pequeñas que penetran mejor en la piel. El diseño de sus envases lo
han hecho en Pinin Farina, los mismos que diseñan las carrocerías de
Ferrari. |
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