(26 noviembre)

De boda en el país de las hadas

Por IGNACIO RUIZ QUINTANO

EL anuncio de la boda del Príncipe ha puesto al descubierto a una generación de periodistas líricos que, con el solo vuelo de su pluma, sostienen que esa boda es un cuento de hadas.

¿Existen las hadas? Sí. Sir Arthur Conan Doyle, que estudió las fotos de hadas publicadas por el «Strand Magazine», acabó por resolver su misterio. Sus colores son rosa, verde, azul lavanda y malva muy pálido, más intensos en las alas. Juegan al corro, las acompaña una música de campanillas y gustan de los jacintos silvestres.

Aquí, la última boda propia de cuento de hadas fue, en 1908, la de la linda señorita malagueña Anita Delgado con el rajah de Kapurtala. Con este simple despacho de la Reuter, los periodistas madrileños se volvieron locos para saber de la señorita Delgado. Los de «El Liberal» corrieron sitios y más sitios, ¡y nada! Los de «El Imparcial» optaron por la imaginación: «El rajah de Kapurtala es un joven arrogante y magnífico, puro tipo del pueblo sij (león), que lleva justa fama de ser uno de los más hermosos de la tierra. Temerariamente bravo, hasta el punto de parecerlo entre guerreros de raza, maravillosamente ataviado siempre con sedas de colores vivísimos y collares y brazaletes de piedras preciosas, soberbio y majestuoso. La hermosa melena, atributo de su secta, le cubre los hombros, encrespada y fiera, y entre ella fulguran broches de gruesos brillantes...» y los de ABC se pusieron en manos de su hombre en Bombay: «Los guerreros lanzaban al viento sus gritos de combate, y María Delgado, por no quedarse corta ante aquella algazara, se arrancó por malagueñas y no hay para qué describir el efecto. Los invitados aplaudían a la novia y envidiaban la suerte del rajah, que en el año de 1906, en Madrid, y con motivo de las fiestas de la boda del Rey con la entonces Princesa de Battemberg, tuvo la suerte de conocer a la que hoy es su bella y media naranja. Susúrrase entre los conspicuos que, para evitar a la novia nostalgia de su país natal, va a construirse una plaza de toros en la capital de Kapurtala.»

ENCANTADO con la historia, Julio Camba puntualizó que el rajah, aunque habría estado muy pintoresco con los atavíos de «El Imparcial», era un caballero que habitualmente vivía en París y vestía a la europea. En Madrid, con ocasión de la boda real, el rajah había acudido al Kursaal, donde se anunciaban dos malagueñas con el nombre de «Las Camelias». El rajah se enamoró perdidamente de la mayor, Anita, cuya hermana Victoria estaba en relaciones con el pintor Leandro Oroz. Cuando Anita recibió una carta con la declaración del rajah, se la enseñó a su hermana, y su hermana se la mostró a Oroz, quien, a su vez, se la leyó a Valle-Inclán, que dijo:

-Esa carta tiene que ser contestada en estilo principesco, y ese estilo no lo domina en España nadie más que yo...

ANTES de venir a Madrid, las hermanas Delgado vivían en Málaga, donde la familia regentaba una freiduría de pescado que era al mismo tiempo casa de juego, pero un gobernador prohibió el juego y empujó a Madrid a la familia, cuya madre, según Camba, lo primero que hizo al conocer la oferta del Príncipe fue abrir entre sus amigos una investigación para saber cuánto valían veinte mil duros. De regreso de París sin su Anita, fue abordada por la Imperio:

-¿Y Anita? ¿Pero usted sabe lo que ha hecho? ¿Usted sabe quién es el rajah? ¡Ay, Dios mío! El rajah tiene una casa que llaman el «jarén». Allí va a encerrar a Anita siete días y después le va a cortar la cabeza con un sable...

 

 

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