Las
joyas de "pasar" -pág 3-
por Fernando Rayón
Una
Corona despojada
Es
sabido que en España, desde la Guerra de la Independencia, no
hay joyas de la Corona, es decir, joyas vinculadas a la Institución.
Todas las joyas que hoy poseen los Reyes son exclusivamente bienes privados.
No hay tampoco joyas previstas para la coronación porque en España
no hay tal, sino proclamación. Únicamente perduran en
palacio una corona tumular y un llamado cetro -en relaidad un bastón
de mando- que ha presidido las juras en las Cortes, desde Isabel II
hasta Don Juan Carlos.
Pero el codicilo testamentario de Victoria Eugenia sitúa en primer
plano las ocho piezas descritas al vincular su propiedad, ya por tres
generaciones al Jefe de la Casa. Efectivamente, don Juan recibió
aquellas joyas que, tras la renuncia a sus derechos históricos,
pasaron a Don Juan Carlos y que hemos podido ver en numerosas ocasiones
lucir a Doña Sofía. Parece lógico que estas ocho
joyas pasen a propiedad de Don Felipe cuando sea Rey y que su prometida,
doña Letizia, pueda lucirlas cuando sea Reina.
Como hemos visto, la mayoría de ellas proceden de la herencia
de Alfonso XIII salvo el collar de perlas, que es de María Cristina,
y el broche de perlas que sería de la Infanta Isabel, la «Chata».
Hay sin embargo también una pieza que incluye la perla «Peregrina»
y cuya descripción e historia merece capítulo aparte.
La
perla «Peregrina»
No es la joya más valiosa de la colección real española,
ni siquiera la de apariencia más brillante, pero no hay en todo
el conjunto real, ni posiblemente en toda la historia de la joyería,
una pieza que haya dado lugar a tanta literatura como esta perla, en
forma de pera, llamada desde antiguo la «Peregrina».
Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
En un inventario del siglo XVII, vuelve a aparecer la perla formando
parte de un joyel de oro labrado, de relieve, con figuras y frutas,
que, con su caja, pesaba 33 castellanos y estaba valorado en 714. 650
maravedíes. Este joyel fue ostentado por diversas reinas de la
dinastía austríaca y, en tiempos de Carlos II, tanto la
«Peregrina» como el Estanque, se vincularon a la Corona
habiendo permanecido hasta entonces como bienes libres de los monarcas.
Saqueo
en Palacio
Aunque Mesonero Romanos llegó a decir que se había quemado
en el incendio del Alcázar de 1734, la «Peregrina»,
junto a otras perlas similares que figuran en los inventarios posteriores,
permaneció en palacio durante los reinados de Fernando VI, Carlos
III y Carlos IV, quienes la usaron repetidas veces.
La Guerra de la Independencia provocó el saqueo de las joyas
existentes en el Palacio de Madrid. Nos quedan referencias de aquel
expolio gracias al exhaustivo inventario entregado al conde de Cabarrús
por Juan Fulgosio, y que lleva fecha del 8 de mayo de 1808. En el se
describe con gran precisión la perla así como su montura
y sirve para conocer como, hasta aquel momento, no habían desaparecido
joyas importantes de la colección regia. El monto total superará
los 22 millones de reales. Pero, desgraciadamente, podemos asegurar
que entonces la «Peregrina» salió de España.
Las razones de aquella salida hay que encontrarlas en el encargo que,
nada más llegar a España, ordenó el rey intruso,
José I, a su mayordomía mayor para que hiciera entrega
al ministro de Hacienda, conde de Cabarrús, de las joyas de la
Corona Española. En un inventario, fechado en Madrid, el 30 de
julio de ese mismo año, y guardado en los Archivos Nacionales
Franceses, figura una relación de todas aquellas joyas en la
que aparecen tanto «El Estanque» como «La Peregrina».
Según este mismo documento, el propio ministro Cabarrús
entregó las joyas al ayuda de Cámara de José Bonaparte,
Cristóbal Chinvelli, quien las hizo llegar a Julia Clary, consorte
del rey José, en París.
Cuando el ex rey José volvió a Francia en los años
40, tras su estancia en Estados Unidos, mantenía aun en su poder
la perla que figuraba al fallecer entre sus propiedades en 1844. Según
parece, dispuso que se la hiciesen llegar a su cuñada la ex reina
Hortensia de Holanda con objeto de que sirviese para sufragar las actividades
políticas de su hijo, el futuro Napoleón III, quien posiblemente
la vendió hacia 1848 al entonces Marqués de Abercorn,
convertido poco después en primer Duque de este título.
Ya en el II Imperio los Abercorn mostraron en un baile de las Tullerías
en París la perla al inefable Talleyrand.
Esta sucesión de propietarios parece confirmarse por Lord Frederic
Hamilton, quien en su libro «Here, There and Everywhere»
cuenta cómo cierto día, llegó el príncipe
Luis Napoleón (futuro Napoleón III), que estaba exiliado
en Inglaterra, a visitar a su padre y le hizo la confidencia de que
se encontraba en apurada situación económica, rogándole
le diera el nombre de algún joyero honrado que pudiera pagarle
por la «Peregrina» el precio que el quería, extrayendo
de su bolsillo la joya. El que luego ostentaría el título
de Duque de Abercorn, después de examinarla, abrió sin
decir palabra una gaveta, tomó un talonario de cheques, extendió
uno y lo ofreció silenciosamente al Príncipe. Aquella
misma tarde, le regaló la joya a lady Abercorn, la cual la perdió
en varias ocasiones debido a que no se quiso taladrar, aunque tuvo la
fortuna de recuperarla siempre.
Un
documento clarificador
Hasta aquí la historia conocida. También se sabía,
por referencias más o menos fiables, que el Rey Alfonso XIII
había querido adquirir la famosa perla para regalársela
a su futura esposa, la princesa Victoria de Battenberg. El interés
del Monarca parecía lógico, pues se trataba de recuperar
una joya histórica vinculada durante siglos a la Corona Española,
pero no existían documentos que confirmasen este interés.
Pues bien, en el archivo del Palacio Real de Madrid se conserva un documento,
fechado el 24 de octubre de 1914, y que ha sido publicado por vez primera
en «Las joyas de las Reinas de España», escrito por
quien firma estas líneas y por José Luis Sampedro, en
el que un representante de la joyería londinense R. G. Hennell
& Sons da cuenta al Rey de España de que la perla «Peregrina»
que ha comprado su firma a la familia Abercorn en 35.000 libras, se
encontraba todavía depositada en un banco. La carta, acompañada
de un interesante informe fotográfico, confirma, no sólo
el interés del Monarca por la pieza sino que los joyeros ingleses
ya intentaban vender la joya en aquellas fechas.
Duelo
de «Peregrinas»
No habiéndose llegado a culminar su venta al Rey de España
por las elevadas pretensiones económicas de R. G. Hennell &
Sons, la «Peregrina» fue vendida al multimillonario Judge
Geary, de quien, en 1917, la adquirió Henry Huntingdon. El 23
de enero de 1969, como lote número 129, la galería Parke
Bernet de Nueva York subastó «una de las perlas de mayor
significado histórico en el mundo» que identificaban con
la «Peregrina» y que, al parecer, procedía de los
Duques de Abercorn. La subasta había despertado una enorme expectación,
pero la mayoría de los que pujaron se detuvieron en los 15.000
dólares. Hasta los 20.000 llegó Don Alfonso de Borbón
Dampierre quien, en contra de lo que manifestó su abuela por
aquellos días, estaba convencido de la autenticidad de la pieza
y quería adquirirla, según declaró después
de la subasta, para regalársela a Victoria Eugenia. El actor
británico Richard Burton, representado por su abogado Arron R.
Frosch, la compró por 37.000 dólares, es decir, 2.590.000
pesetas de la época, y se la regaló el 27 de febrero a
su entonces esposa, la actriz Elizabeth Taylor, con motivo de su trigésimo
séptimo cumpleaños.
Al día siguiente de la subasta, el Duque de Alba, don Luis Martínez
de Irujo, a la sazón Jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia
de España, convocó a la prensa en Lausana. El comunicado,
dictado por la Soberana, explicaba que la perla vendida en Nueva York
no era la auténtica «Peregrina», toda vez que ésta
era propiedad de su Augusta Señora, quien la había recibido
de Alfonso XIII con motivo de su boda. La rueda de prensa se completó
con la exhibición de la joya. La noticia fue acogida con escepticismo
por los especialistas y expresamente desmentida por la Casa de Subastas.
La perla exhibida por el Duque de Alba será la misma que Doña
Victoria Eugenia legará en su testamento a su hijo Don Juan,
Conde de Barcelona, y que en 1977, con motivo de la renuncia de sus
derechos dinásticos, éste transmitirá a su hijo
Don Juan Carlos. Desde entonces, Doña Sofía la ha lucido
en múltiples ocasiones. Hoy algunos de los más cercanos
colaboradores de la Reina-su secretario José Cabrera y el que
fuera Jefe de Protocolo, Alberto Escudero- han identificado también
erróneamente esta perla con la Peregrina.
Según mi opinión, compartida con José Luis Sampedro,
esta perla no ha de ser otra que la que el Rey Alfonso XIII regaló
a Doña Victoria Eugenia con motivo de sus esponsales, colgando
de un broche en forma de lazo de brillantes, realizado por la joyería
Ansorena. Aquella perla pesaba 218, 75 gramos y su colgante se remodeló
pocos años después para adaptarlo tanto a un collar de
perlas de la Reina como a otro broche de forma circular con brillantes.
Perla magnífica, sí, pero no la «Peregrina».
Punto que vendría confirmado por doña Evelia Fraga, viuda
del famoso joyero madrileño Ansorena, quien en una entrevista
se refirió a la «Peregrina» en los siguientes términos:
«Mi marido conocía pieza por pieza todo el joyero de la
Reina Victoria Eugenia, y puedo asegurarle categóricamente que
nunca vio esa perla. La Reina tenía, eso sí, varias perlas
en forma de pera, mas ninguna era la conocida por ese nombre».
Fernado
Rayón es coautor, junto a José Luis Sanpedro, de «Las
joyas de las reinas de España» (Ed. Planeta).
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