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Díalogos de Familia

El consejo de una psicóloga a los padres: «Cuídate para cuidar, al revés no funciona»

ABC entrevista a Diana Jiménez, fundadora de infanciaenpositivo.com, autora del libro 'Infancia en positivo' y, sobre todo, madre de tres niños

Carlota Fominaya

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Diana Jiménez es fundadora de Infanciaenpositivo.com, psicóloga, educadora certificada en disciplina positiva y, ante todo, madre de tres niños. Acaba de presentar su primer libro, 'Infancia en positivo' . «Es una guía muy sencillita y muy práctica, escrita para los padres y casi escrita también por ellos, porque proviene de la experiencia que me he ido encontrando en la práctica como profesional de la psicología y la educación. Es una obra muy clara y sobre todo, dirigida a resolver las dudas que tienen los padres en el día a día de la crianza de sus hijos».

«Yo era muy buena madre, hasta que tuve hijos». Este dicho popular que aparece recogido en su libro nos lleva a preguntarnos... ¿Es tan difícil criar a un hijo? ¿O es que lo hacemos difícil?

¡Es que es real! ¡Yo era muy buena madre hasta que tuve tres hijos! Es curioso, pero la maternidad vivida no es la misma que contada. Además, ocurre que ha cambiado muchísimo la sociedad, el acceso a la información y esto ha hecho que haya habido un cambio muy rápido y sin embargo a nosotros no nos ha dado tiempo a adaptarnos.

Piensa que venimos de una sociedad o de un estilo educativo preferentemente o básicamente vertical, donde había una figura de autoridad, que en este caso eran los padres, sobre todo el padre, y ahora hemos cambiado a un modelo de sociedad más horizontal, donde la relación entre papá y mamá es casi igual, papá y mamá se hablan de la misma manera, y los niños están un poquito descolocados, porque en mi época se tenía muy claro que la cabeza de familia era el padre. El que representaba ese respeto del que todos los papás me hablan.

A mi padre no se me ocurriría levantarle la voz. Sin embargo, ahora la relación que tenemos con los niños es distinta, eso hace que los niños se relacionen de otra manera con nosotros. Entonces nos está complicando, porque las herramientas de crianza que nosotros tenemos son las que aprendimos en nuestra época. Nosotros aprendimos obediencia. Y claro, ahora vemos que ese no es el modelo social que nosotros estamos transmitiendo a los niños.

El libro es producto de las dificultades más comunes en la educación de nuestros hijos que usted ha recogido en consulta. ¿Cuál es la que compartimos la mayor parte de las familias?

¡Uy! Depende de la edad y del momento que vivimos. El top ten suelen ser las rabietas, las faltas de obediencia (hasta que no lo digo mil veces...) o el uso de pantallas (dibujos de la tele, videojuegos, móviles...). Pero la que más se repite, diría que es el miedo a que los niños nos pierdan el respeto. Todavía tenemos en la cabeza esa idea de que los niños tienen que respetar a los padres, y ese respeto va unido a obediencia. Sin embargo, a la vez, les decimos a los niños: no, no, tú tienes que reivindicar tus derechos, tienes que hacerte valer. Pero claro, en casa queremos que nos obedezcan. Es como un contrasentido. Lo que más me encuentro, sí, es ese miedo de, si no pongo un límite una norma y no soy firme, entonces el niño va a hacer lo que quiera, no va a aprender a obedecer, no va a aprender a respetar, y no es eso lo que ocurre, si educamos de manera respetuosa.

Precisamente, como una experta en disciplina positiva, ¿podrías explicarnos en qué consiste?

Por un lado, no soy experta, soy aprendiz, estoy aprendiendo y de quien más aprendo es de mis hijos, como les pasa a la inmensa mayoría de los papás, que tienen la inmensa suerte de tener a los mejores maestros que puedan tener, que son sus propios hijos. Porque, de hecho, hasta que no tienes tus propios hijos no empiezas a aprender.

De lo que también me he dado cuenta es que lo que más le cuesta a los padres es darse cuenta de que el problema no está tanto en el niño sino en el adulto. A menudo me encuentro esta frase, sobre todo cuando vienen a los talleres: «¿qué hago con mi hijo para que haga esto?», «¿cómo puedo hacer para que mi hijo deje de hacer lo otro?». Luego se van diciendo: «Ah, que no es el niño, que soy yo».

¿Por qué todo el mundo se confunde y piensa que la disciplina positiva es malcriar a un niño?

Desde hace tiempo sabemos que los niños hay que tenerles en cuenta, y tenemos la Convención de Derechos del Niño, celebramos el Día internacional del Niño… Pero estamos confundiendo los términos muchas veces, y pensamos que tener en cuenta al niño significa que hay que darle todo lo que pide, no ponerle límites... Los papás se quedan vencidos porque no saben qué hay que hacer. Se preguntan: «¿Qué tengo que hacer? ¿Decirle a todo que sí? ¿Tiene que salirse con la suya?».

Surge el miedo a malcriarles. Y, sin embargo, lo que nos dice en este caso la disciplina positiva es que hay que tener una educación respetuosa desde la amabilidad y la firmeza. Hay que poner límites, hay que poner normas, hay que ser claros, concisos, adaptados a la edad del niño, consensuados en algunas ocasiones… pero el papel del padre sigue siendo el papel protagonista, sin dejar de mirar al niño.

Entonces, los padres, los adultos de referencia, ¿deberíamos aprender a comunicarnos mejor con los niños?

Claro. Ayer justo hacíamos una sesión con unos papás. Imaginaros vuestros hijos cuando se levantan por la mañana, lo primero que reciben es un: «quítate el pijama, vístete, desayuna, remueve el ColaCao, siéntate bien, lávate los dientes, haz tu cama, coge la mochila, venga coge tu abrigo, abróchate, sal por la puerta, ponte el cinturón de seguridad…». Llegan al cole y ahí es: «súbete la mascarilla, ponte el gel hidroalcohólico, ponte en la fila, sacad vuestros cuadernos, en silencio, tomar apuntes, venga, sacad el almuerzo, ya podéis ir al patio, id al baño, volved del baño». Y cuando han llegado a casa: «¿te has lavado las manos? ¿a ver, enséñame, que yo las huela? Vale, ya puedes ir a cenar, pon la mesa, quita la mesa…». Así, todo el día. Imagina si un adulto aguantaría algo así. Yo creo que a la segunda orden diría: «me voy, me bajo de la vida».

Lo que hacemos en la disciplina positiva es sustituir órdenes por preguntas de curiosidad . Hacer preguntas genera en los niños esa curiosidad de querer saber o hacer algo. No es lo mismo decir: lávate los dientes, que tú entonces si eres un niño me vas a decir: No, y eso es algo que los padres decimos: ¿cómo que no? A que yo te diga: ¿qué hay que hacer después de cenar? Quizá no te quieras lavar los dientes tampoco, pero ahí ya está la pelota en tu tejado, y ahí el niño ya sabe que tiene una oportunidad de poder decidir. Y los niños siempre, siempre, quieren colaborar y contribuir.

Cuando ese deseo está anulado, hay que revisar por qué.

¿Qué ocurre cuando el 'no' es siempre la respuesta continuada? ¿Cómo podemos cambiar esa tendencia?

Fíjate que antes decía que el foco hay que ponerlo en el adulto, no tanto en el niño. Hay que enfocarlo de otra manera, sobre todo, porque quiero preservar el vínculo. Quiero tener conexión. Entonces, primero conexión y luego corrección. A veces cuando esa conexión es buena ni siquiera hace falta corregir, porque la propia conexión hace que el niño quiera colaborar o quiera contribuir. Todos deseamos estar bien con nuestros padres.

Muchos papás dicen: «es que no se quiere lavar los dientes», «es que no se quiere ir a la cama», «no se quiere duchar», «es una lucha permanente…». Quizá se que tu hijo está en un momento en el que está reivindicando esa lucha constante porque está en un momento en que se quiere rebelar contra eso, y eres tú el que tienes que aprender otra manera de relacionarte con tu hijo como harías como un adulto.

Normalmente a un adulto que viene a nuestra casa a cenar y se le cae una copa de vino no le diríamos: «qué torpe eres, claro no estás en lo que estás, estás distraído hablando. Si estuvieras centrado...». Pero con los niños sí. Hacemos muchísimas cosas que no tienen en cuenta que son personas bajitas, pero personas.

Entonces cuando un niño es pequeño y quiero que se lave los dientes, tengo infinidad de herramientas y de formas de hacerlo, entre ellas el juego. Sabemos que el juego es esencial para la vida y que el aprendizaje a través del juego es maravilloso., entonces, qué me cuesta a mi decir: tú me los lavas a mi y yo te los lavo a ti, o yo por ejemplo un juego que hago mucho con mis hijos ahora no tanto que son mayores les lavaba los dientes y hacía que me equivocaba y les lavaba la mejilla: «mamá que no sabes», pedía perdón y volvía otra vez y le lavaba la nariz… Entre risa y juego, generaba un momento en el que mis hijos siempre se querían lavar los dientes. Acababan llegando al baño y diciendo: «Quita mamá que tú no sabes». No hay nada mejor que los niños sientan que son capaces. Les da un poder grandísimo.

Has citado el humor, que parece que se ha perdido por completo a la hora de educar. ¿Cómo nos podemos servir del humor? ¿Qué efectos tiene?

Vivimos muy estresados, vivimos en un momento en el que tenemos muchas cargas como padres y muchísimas, exigencias, a eso se une que tenemos que aprender a educar de una manera diferente a nuestros hijos. Pero, ¿tú te imaginas las ganas que tiene de humor un padre a las 9 menos diez de la noche cuando el niño no se quiere ir a la cama? Cero. Entonces, esto como todo requiere práctica, requiere entrenamiento y sobre todo decir: «Esto también pasará, es una época, son pequeños, voy a relajarme. Voy a tomármelo de otra manera». Cuando empiezo a ver las cosas de otra manera, el niño empieza a colaborar, empieza a contribuir, y de hecho muchos papás lo que quieren es estar bien con sus hijos, y cuando los niños tienen esas pinceladas de humor genuinas de la infancia lo disfrutan un montón. Pues los niños de los padres también.

Has hablado de la conexión. ¿Quizás también las dificultades llegan porque no se ha construido ese apego seguro en la infancia? ¿Puedes explicar en qué consiste este término, que causa cierta controversia?

El vínculo es una conexión emocional que tiene el bebé con su madre o con el cuidador primario, no tiene por qué ser su madre. En realidad lo que viene a decir es que tengan sus necesidades básicas cubiertas. emocionales, mentales y conductuales. Y eso marca mucha diferencia.

Has hablado de las atribuciones negativas. ¿Cómo podemos mejorar la autoestima de los niños?

Primero, poner una etiqueta a un niño es muy fácil. Entre otras cosas, porque como decía antes, venimos de una educación donde eso era habitual. A un niño se le decía: «eres un vago» con la idea de que iba a mejorar. Y sin embargo, la psicóloga Jane Nelsen ya cuestiona que ¿de dónde hemos sacado la loca idea de que para que un niño se porte bien primero hay que hacerle sentir mal? De hecho, es más bien al contrario: Cuando alguien se siente bien, se porta bien. Y con los niños pasa exactamente igual. Esto es algo que parece que se nos olvida. Entonces, ¿cómo podemos mejorar la autoestima de nuestros hijos? Con una mirada afectuosa, que son personas pero pequeñitas y que las palabras que nosotros estamos diciendo están configurando y formando su personalidad.

Por último, ¿puedes regalarnos un consejo que nos sirva a todas las familias?

Sí, cuídate para cuidar, porque al revés no funciona. Hay también una herramienta de la disciplina positiva muy interesante, que es dar un abrazo. Hay veces que pensamos que cuando un niño se porta mal no se le puede abrazar, y sin embargo yo pregunto: ¿cuándo es cuando uno necesita un abrazo? ¿cuando está bien o cuando está mal? Si tu hijo se porta mal, es porque se siente mal, y cuando das ese abrazo es mágico, porque además generas esa conexión. Hay veces que sirve incluso con escenas tontas, como que el niño no se quiere subir al coche, nosotros estamos nerviosos porque no llegamos al colegio donde, simplemente por el hecho de ponernos a su altura, darle un abrazo y decirle, cariño qué necesitas… El niño va a reaccionar, porque no tiene ninguna necesidad de luchar contra ti. Va a querer colaborar, y te lo va a decir. O te lo va mostrar.

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