Mingote y «La Codorniz»

ANDRÉS AMORÓS GUARDIOLA

En muchas ocasiones proclamó Antonio Mingote su admiración sin límites por el humor de La Codorniz y su filiación inequívoca de ese espíritu: en su discurso de ingreso en la Real Academia; en el prólogo a la antología de la revista publicada por Edaf; en la conferencia sobre «Humor y literatura en la vanguardia», que recogió Ínsula... Con su habitual modestia, pedía perdón, una vez: «Me estoy poniendo pesado hablando de La Codorniz una y otra vez, y, lo que es peor (peor por inevitable), repitiéndome una barbaridad».

Sobre su relación personal con la revista, Mingote era tajante: «Fue como mi madre. Ella me parió al mundo del humor y del periodismo; ella me enseñó a comportarme con libertad, comprensión y tolerancia. Curiosamente, ella me enseñó buenos modales antes de parirme, que eso sí es maternidad responsable. En ella aprendí que lo tradicional no es lo mismo que lo rancio, que lo popular no tiene por qué ser cutre, que hay que distinguir entre lo poético y lo cursi y entre la carne y el pescado. O sea, de La Codorniz aprendí lo que se llama la buena educación». ¿Cabe una declaración más rotunda?

Comenzó su colaboración en la revista - según los datos que aporta Carlos Villanueva Nieto, en el volumen Mingote. Punto y aparte - el 1 de diciembre de 1946, con un primer dibujo de «La pareja siniestra». Concluyó el 17 de julio de 1955, al marcharse a Don José. (Volvió en los intentos de resucitarla, dirigida por Manolo Summers - unos preciosos dibujos de «Las mil y una noches» - y Cándido).

En esos años, sus colaboraciones fueron habituales, además de variadas: chistes, dibujos, artículos, críticas... Creó entonces el personaje «El novel enmascarado»; ilustró El malvado Carabel, la preciosa novela de Fernández Flórez.

El adjetivo «siniestra», aplicado a «la pareja», se debe, parece ser, a Álvaro de Laiglesia. Al principio, él era alto, voluminoso; ella, baja y gruesa. Luego, ella se hace ingenua, frágil, casi tonta; él, severo, delgado, con barba, sombrero de copa, levita y pantalones a cuadros. No se aclara inicialmente si están casados; viven encerrados en un castillo esquemático, con escaleras y ventanitas; alguna vez, sueñan con un viaje, para echar una canita al aire... Con humor blanco, tierno, simbolizan una «España negra», irremediablemente caduca. Siempre he pensado que son hermanos de los entrañables personajes de «Tres sombreros de copa», de Miguel Mihura: Don Rosario, Don Sacramento, El anciano militar... Cuando reaparecieron, en Don José, los llamó, simplemente, «Esos dos».

No hemos de pensar sólo en dibujos. En La Codorniz publicó también Mingote breves textos narrativos (¿cuentos?): humorísticos, por supuesto ( la primera etapa de esa Obra escrita que ha estudiado María Luisa Burguera). Por ejemplo, en 1948, «Amor desgraciado»; en 1951, «El trompeta»; en 1952, «Mamá de pistolero»; en 1953, «El caso de Lord Creek»...

Aunque Álvaro de Laiglesia era ya el director de la revista, cuando se incorporó a ella, Mingote prefería decididamente el espíritu de la primera etapa: «Al hablar de La Codorniz me refiero siempre hasta nueva orden a la primera Codorniz, la que Mihura creó y dirigió los cuatro o cinco primeros años... Era distinta en cada número y siempre un prodigio de confección, de originalidad, de renovación constante. A pesar de la penosa limitación de medios técnicos, impresión defectuosa, tintas desvaídas, pésimo papel, a pesar de todo, una inmersión semanal en la alegría y el desenfado».

La Codorniz aportaba a aquella España un nuevo sentido del humor: la irrisión de los tópicos y convencionalismos tradicionales que encorsetaban la vida española; por eso, en su comienzo fue considerada como símbolo y expresión de una nueva juventud, frente a «la España vieja».

Un año antes de que se incorporara MIngote a la revista, un artículo de Pedro Laín Entralgo (recogido luego en el libro La aventura de leer) defendía ya la seriedad y el carácter generacional de este humor, con el que unos jóvenes españoles se reían de unos «modos de vivir específicamente viejos, los comprendidos entre 1880 y 1930». Como definía Gonzalo Torrente Ballester, «la vida a chorros frente al cartón piedra». Se indignaba el pacífico Mingote: «¡Qué época de tópicos aquélla, Dios mío! Tópicos patrióticos, religiosos, literarios, históricos: lo que Fernández Flórez llama las infinitas garambainas que se ponen en octavas reales».

Los humoristas de La Codorniz deshacían esos tópicos con una serie de recursos estilísticos: metáforas irracionales, diálogos incongruentes, enumeraciones caóticas, atenuar lo imposible («asesinadita», «Pompitas fúnebres»).

No venía todo esto, evidentemente, del costumbrismo castizo, folclórico, sino del espíritu de juego de las vanguardias: las greguerías de Ramón Gómez de la Serna; el humor poético y melancólico de Camba o Fernández Flórez; «la otra generación del 27» (López Rubio), la de los humoristas que fueron a Hollywood: Jardiel y Tono, Mihura y Edgar Neville... Gente cosmopolita, que coincidía con el tono de la «loca comedia» de Hollywood o el teatro del absurdo de Ionesco...

No es una comparación traída por los pelos. Valga el ejemplo de unas frases de Ionesco: «El humor es la libertad. El hombre necesita el humor, la fantasía, lo burlesco. El estilo irracional puede desvelar las contradicciones del espíritu humano, la estupidez, el absurdo». Junto a otras frases de Miguel Mihura: «Lo que sí tiene mi obra es una defensa de la libertad individual, de que cada uno haga lo que le dé la gana, que, para mí, es lo más importante. Siempre he defendido el individualismo, la libertad del ser humano».

¿Se negará alguien a ver la trascendencia de este tipo de humor, en la España de los años cuarenta y cincuenta? Por eso, Antonio Mingote, por una vez, se ponía serio y hasta retórico, con irónicas mayúsculas: «Creo que España entera tiene una deuda con La Codorniz. Yo pido que la aparición de La Codorniz, en 1941, sea reconocida como lo que fue: un Acontecimiento Histórico Trascendental».

También tenemos una deuda todos sus lectores con Mingote, el de La Codorniz y el ABC cotidiano. El pasado 7 de junio, para conmemorar los 70 años de la revista, dibujó, en ABC, a dos señores y una señora, muy serios, en blanco y negro, que contemplan atónitos a otro, de cara triangular, en colores, que lleva en la mano un pájaro: ése es él, el propio Antonio Mingote, trayéndonos, como cada mañana, durante tantos años, el regalo de una sonrisa inteligente, poética y llena de ternura.