El Gobierno de este orensano criado a la orilla del nacimiento de la Ribeira Sacra comenzó el día en que Manuel Fraga Iribarne decidió soltar las riendas del PP de Galicia, como había delegado en su día las de Alianza Popular. Antes de ganar las elecciones por muchísimos votos pero por un solo escaño, y ocuparse de deshacer el entuerto que había dejado el bipartito BNG-PSOE (hoy en día hasta sus protagonistas admiten que aquello no funcionó del todo bien), Alberto Núñez Feijóo (Orense, 1961) hubo de librar una compleja cuita dentro de sus propias filas.
La herencia del PP de Fraga
La Galicia de Manuel Fraga había encumbrado a una serie de líderes políticos creados a sí mismos, esperpénticos personajes algunos, que contaban con el apoyo incondicional de los votantes, a quienes casi conocían personalmente. Pero en el PP de la oposición que dejaba Manuel Fraga había además un importante conjunto de jóvenes -y no tan jóvenes- con experiencia política, formación superior y muchas ganas de hacerse cargo del legado del de Villalba. Eran (la terminología espanta al propio Feijóo) el PP de «la boina», personalista gallegoparlante y con un importante arraigo en el rural, y el «del birrete». Nuevas generaciones más ligadas a las grandes urbes gallegas, con experiencia política y administrativa tanto dentro como fuera de Galicia.
Alberto Núñez Feijóo era uno de ellos, y dejó muy clara su intención de guardar boinas y birretes en el sombrerero mediático y aglutinar fuerzas en un proyecto único. Amante del fútbol y de los símiles balompédicos, este soltero empedernido -a quien Fraga recetó matrimonio, receta que hasta la fecha ha ignorado- eligió por lema «hay partido», y vaya si lo hubo.
Acusado de gallego-fóbico
A priori, Feijóo, en cuya casa se hablaba castellano y que desarrolló buena parte de su carrera en la Administración fuera de Galicia, hizo malabarismos para poder conjugar aquel PP galleguista y «nacionalista bien entendido, poniendo la frontera en la autodeterminación» -como promulgaba José Cuiña, entonces su rival para la sucesión de Fraga, con una importante cantidad de votantes que no acababan de entender aquella deriva galleguista del partido.
Acusado hasta de gallego-fóbico por algunos (es un reconocido defensor de la normalización lingüística pero abomina de la idea del uso de la lengua como arma de debate político) y de excesivamente permisivo con la lengua desde otro extremo, resolvió el primero de sus problemas rebautizando las Galescolas, disparate del nacionalismo en el poder, a imagen y semejanza fonética con las ikastolas vascas.
Resuelto el primer problema se dedicó al más importante. Junto a Patxi López, era el primer presidente autonómico que accedía al cargo en plena, abierta y declarada crisis económica. Lo tuvo relativamente sencillo, al menos desde el punto de vista formal. Socialistas y nacionalistas habían ignorado las circunstancias como lo hacía el Gobierno de Zapatero complacido en su «champions league» de la economía europea.
Las cifras del derroche comenzaban por su antecesor, Emilio Pérez Touriño, con reformas faraónicas de su despacho, o despliegues de asombrosos parques móviles. Feijóo se bajó el sueldo. Gesto inicial que habría de marcar toda su política en la legislatura.
El de Os Peares había lidiado con dos de los grandes monstruos de la administración publica, primero como presidente del Insalud y más tarde como director general de Correos y Telégrafos, entre otros cargos de menor relevancia dentro de la Administración regional y nacional.
Política de eficacia
Núñez Feijóo fue el primero de los grandes mandatarios en España en poner orden en las cuentas. Su política de austeridad ha sido también de eficacia. Ha sido pionero en prácticamente todas las medidas que años más tarde aplicaría a toda España el Gobierno de Mariano Rajoy. Y de esta política llegan los resultados.
Preside la comunidad autónoma con el déficit más depurado de entre las 17, se ha permitido incumplir drásticos ajustes en Sanidad y Educación porque «antes de que llegasen los decretos, aquí ya habíamos hecho los deberes». Ha cuestionado abiertamente («discrepancia desde el respeto», dicen sus íntimos colaboradores) la necesidad de privar de asistencia sanitaria a los inmigrantes sin papeles, o la escasez de recursos para la dependencia, y no ha subido ni un céntimo las tasas universitarias. Mientras otras comunidades cierran plantas de hospital, Galicia construye nuevos centros, y es un defensor a capa y espada de la inversión en el AVE a Galicia.
Elogios en el PP
Los que fueron díscolos en el PP elogian ahora al actual presidente de la Xunta. La oposición tampoco ha encontrado demasiadas heridas en las que poner sal. Solo dos cuestiones, la fusión de las cajas gallegas y el naval han servido para cuestionar su mandato. Cuando el primero de los debates cayó sobre su escritorio, prefirió la responsabilidad política al debate en que se convirtió lo que la oposición definía como la absorción de la caja del sur (Caixanova, con sede en Vigo) por la del norte (CaixaGalicia, ubicada en La Coruña).