El azote del nacionalismo

Desde que fue elegido presidente y candidato de Ciutadans-Partit de la Ciutadania en julio de 2006, el nombre de Albert Rivera (Barcelona, 1979) siempre ha estado asociado a la facción más combativa de la política catalana, la misma que considera que Cataluña no es patrimonio exclusivo de los nacionalistas. Con esa idea en mente, el más joven de los portavoces parlamentarios no ha hecho más que ganar proyección y presencia, pasando de los 90.000 votos de 2006 a los 110.000 de 2010, crecimiento que, sin embargo, no ha permitido a Rivera tener grupo parlamentario propio.

Un panorama que bien podría cambiar de cara al 25-N, ya que los sondeos dan a Ciutadans un importante crecimiento impulsado por un discurso nítido y sin dobleces. “El pensamiento que siempre ha gobernado la Generalitat, el nacionalismo, ha pretendido construir su nación basándose en una falsa identidad única de los catalanes, cuando en todos los aspectos somos una de las sociedades más heterogéneas de Europa. Esa ideología dominante ha propiciado que todo aquél que discrepa de esa Cataluña homogénea se convierta en un hereje de la religión obligatoria”, ha repetido en más de una ocasión este licenciado y máster en Derecho por ESADE que aparcó su carrera laboral en el departamento jurídico de La Caixa y su proyecto de tesis sobre la reforma del Estatut para dedicarse a la política.

Y así, convertido en azote del nacionalismo por su continua reivindicación del bilingüismo pero también por sus cruzadas contra la corrupción política y su apuesta por una España federal, cooperativa y cohesionada, Albert Rivera ha conseguido pescar tanto en aguas del PP como del PSC. Quizá ayude el hecho de que, hoy por hoy, es uno de los políticos catalanes más mediáticos, con presencia habitual en tertulias televisivas, participación activa en las redes sociales y apariciones estelares como la que le llevó a participar como jurado en el concurso de oratoria “El comecocos”.