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Todo irá bien

Fainé y los hermanos Dalton

Salvador Sostres

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Hay espectáculos que sólo son catalanes. Ayer en el Parlament asistimos al delirio de que los que en 2017 causaron la mayor crisis institucional y de convivencia que Cataluña había vivido desde el golpe de Companys, se atrevieron a dar lecciones a los que tuvieron que acudir al rescate de todo lo que habían estropeado. Sensación de irrealidad. El diputado de Podemos, un tal Lucas, se marchó a la hora de comer, a media respuesta de Fainé y sin despedirse de nadie; cuando se supone que el de derechas y el que va a los restaurantes soy yo, que me quedé en la redacción y pedí por Glovo unos pollos para almorzar con mis compañeros mientras seguíamos la comparecencia. Los diputados que los partidos mandaron fueron una deprimente colección de segundones, con la excepción de la CUP, representada por su líder, que estuvo felpudo total con Fainé, como si tuviera ya pensado lo que va a pedirle cuando deje la política.

Mientras los políticos se las daban de depositarios y de una supuesta dignidad nacional y de representantes de unas mayorías que o bien no existen o bien nunca han hallado el modo de articularse, Fainé concretó la aportación de la Fundación, que invierte 500 millones de euros al año en obra social, el 40% de ellos en Cataluña. Los representantes del Govern más paralizado, ineficaz y estéril desde la recuperación de la democracia, el que menos necesidades sociales ha atendido, el más arrogante, enajenado y encerrado en sí mismo, lejos de palidecer de remordimiento y de vergüenza, continuaron con sus majaderías, como la de afirmar que en España no existe la seguridad jurídica porque los diputados que se saltan la Ley son perseguidos por ella.

Los representantes de los partidos que declararon la independencia de Cataluña, y que en lugar de defenderla se fugaron o se entregaron a la Justicia, reconociendo que su declaración había sido un fraude, tuvieron el nervio de reprocharle a La Caixa que protegiera de la incertidumbre y de la irresponsabilidad a sus clientes, a sus empleados y a sus inversores. «Cada presidente de la Generalitat me había pedido que ‘conquistara España’ y justo cuando lo habíamos conseguido, vino Puigdemont a intentar romperla», sentenció Fainé. Los diputados, diciendo de un lado no más que disparates, y del otro implorando que La Caixa volviera a Barcelona, parecieron los hermanos Dalton reclamándole a Lucky Luke la inmediata reapertura del banco.

La comparecencia de ayer no fue un examen a la banca. Tal vez quiso serlo, pero acabó siendo un espejo de una clase política mediocre y cínica que nos ha hecho fracasar como sociedad y nos ha robado un tiempo precioso y la tensión que favorece el progreso y la creación de riqueza. Una y otra vez Fainé les recordó que la fundación que preside es la primera de la Unión Europea y la tercera del mundo, y que es una temeridad jugar con un patrimonio tan importante. Estuvo cortés con todos, y hasta cariñoso, con lo divertido que habría resultado reírse un poco de estos pobres botarates que dicen que quieren un Estado y sólo saben hacer el tam-tam alrededor de una olla -con enemigo ardiendo- y danzar en taparrabos.

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