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Críticas de los estrenos del 1 de febrero

«Hitchcock», «El último desafío» y «Mapa», novedades de la semana en la cartelera

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«HITCHCOCK» **

OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Demasiado grande para embutirlo en una sola película, el director Sacha Gervasi ha preferido servir sólo un par de lonchas de Alfred Hitchcock: en su relación obsesiva con sólo una de sus obras maestras, «Psicosis», y en su relación interesantísima y llena de flecos con su mujer, Alma Reville, el reverso de sus rubias favoritas. Un corte transversal y esencial en la vida de Hitchcock que deja entrever al personaje y al hombre, al creador y al borrachín, al jugador y al juguete, aunque no deja de ser un retrato incompleto y puede que insatisfactorio del cineasta que mejor ha sacado la mano de la pantalla y agarrado al espectador por la pechera.

Lo grande de la película está en los perfiles difusos con los que se trata la convivencia entre Hitchcock y su esposa, o tal vez en la capacidad de los dos actores, Anthony Hopkins y Helen Mirren, en expresarlos con sabia mezcla de sutileza y... ¿tosquedad?, hasta el punto de que se aprecia toda la complejidad de los sentimientos que los unían y separaban. Tiene interés anecdótico la recreación de la época y de algunas escenas del rodaje de «Psicosis», aunque la personalidad de los protagonistas se impone a la de sus personajes: nunca dejas de ver a Hopkins y a Mirren, y desde luego nunca ves a Janet Leigh ni a Vera Miles, sino a Scarlette Johansson y a Jessica Biel, lo cual le ocasiona a la película una rara contradicción: lo que la hace más atractiva (sus estrellas en la carne de otras estrellas) le provoca su mayor impotencia, que más que vértigo te deja la sensación de ventana indiscreta.

Y en el intento de crear, dentro de esta visión de Hotchcock, algo de ese clima sombrío, insano, con el que director perfumaba sus historias, Sacha Gervasi se sirve de un recurso de dudosa eficacia: la ensoñación de Hitchcock con la encarnación de Ed Gein, el asesino múltiple que le dio las claves para su Norman Bates y que encarna con fantasmal demencia Michael Wincott... Pero el intento también se le queda algo alicorto, o lacio, como si hubiera servido un «macguffin» sin levadura.

«EL ÚLTIMO DESAFÍO» ***

O. R. MARCHANTE

Antes dará un olmo una pera que Arnold Schwarzenegger una frase con sentimiento, lo cual no le ha impedido nunca montarse a lomos del plano y gobernarlo como John Wayne su caballo. Y sin haber faltado ni un solo día a cumplir con su imagen de emperador del mamporro, vuelve tras algunos años a ponerse en el primer plano con esta película en la que la acción no es verbo, sino verborrea, y que tiene todos los aires de un western, o de muchos western, aunque su olor más reconocible sea el de un «Río Bravo», pero embravecido, exagerado y violento, y sin Angie Dickinson (bueno, y sin Brenan, ni Martin, ni Nelson, ni...).

La película es lo que es, y más aún, pues la dirige el coreano Kim Jee-won, que sabe cantarle a la venganza como un sevillano al Rocío (no se puede ver «A bittersweet life», otra película suya, sin convertirse uno en daño colateral). Una frontera, un sheriff, un ambiente pueblerino, un forajido perverso y ruin..., una hawksiana misión que cumplir y un sentido del humor con el pie puesto en el callo del personaje central y en su protagonista, el sheriff terco Ray Owens interpretado, o encarnado, o enmusculado, por un Arnold Schwarzenegger que no le teme a los espejos aunque sean cóncavos. Para crearle el clima propicio a este sheriff y a su misión, la película necesita una buena contraportada, un villano a la altura del armario ropero que tiene enfrente, y en ese sentido hay que acentuar la presencia de Eduardo Noriega, que enfunda con su traza de diablo angelical a un narcotraficante con los mismos escrúpulos que el estómago de una hiena, y que mantiene en la cima ese contraplano, esa expectativa, que le da sentido a la mandíbula prieta de Schwarzenegger con la que se enfrenta no sólo a la acorazada de los «malos» sino también al menosprecio de los «listos» del FBI encarnados en el ojo pipo de Forest Whitaker.

La mezcla de acción, de tensión y de sentido del humor es la única nota de pretensión en esta película sin pretensiones, pero eficaz y resuelta con desparramada brillantez por un director que no escatima en munición y unos actores que, como en el caso de Schwarzenegger, saben usar su única bala.

«MAPA» ***

ANTONIO WEINRICHTER

Este estimulante debut de Elías León Siminiani parece una respuesta a la vieja pregunta de Truffaut: ¿qué importa más, el cine o las mujeres? La respuesta es la misma: ambos, por ese orden; pero aquí, a diferencia de Truffaut, Elías se convierte en su propio Doinel y su película adopta la forma de un video-diario presidido por su omnipresente voz en off. Eso les convierte a él y a Ainhoa, su ex y ahora amiga cómplice, en personajes: todo lo que se cuenta es real (ése es el contrato del cine documental, aunque sea un ensayo en primera persona) pero está sujeto a las leyes de composición de un relato. Y ese relato, lo que cuenta «Mapa», tiene la estructura de una comedia romántica in absentia, en donde la «acusada» no está nunca visualmente presente: sólo sabemos de ella por las evocaciones añorantes del narrador, que hasta se va a la India (en un magnífico segmento que enlaza con la ilustre tradición orientalista del subcontinente en la tradición documental) para seguirla buscando por otros medios.

Ese detour vertiginoso da idea de la obsesiva persona que se proyecta en la narración, en un continuo soliloquio cuyo estilo coloquial, que busca (en ocasiones demasiado) la empatía en el espectador, es la gran baza de la complicidad que consigue «Mapa». Sería una lástima que no encontrara los espectadores que se merece, bajo su formato experimental se esconde una de las películas más asequibles, cercanas, divertidas de nuestro cine reciente.

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