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Con la pluma y con la espadaCon la pluma y con la espada

Enrique Ponce y Andrés Amorós presentan en Valencia la biografía en la que se recogen tres décadas de oficio del diestro de ChivaEnrique Ponce y Andrés Amorós presentan en Valencia la biografía en la que se recogen tres décadas de oficio del diestro de Chiva

I. BLASCO - / I. BLASCO - - Actualizado: Guardado en: Actualidad

Con la pluma y con la espada, el matador de toros Enrique Ponce ha legado ya, cuando frisa el cuarto de siglo en el oficio de matador, una biografía de torero de leyenda, firmada mano a mano con otro maestro, Andrés Amorós, crítico de toros de ABC y un auténtico gigante cultural revestido de la elegancia, la sencillez y la humildad de los genuinamente grandes.

Ambos, torero y escritor, presentaron ayer en Valencia «Enrique Ponce. Un torero para la historia» (La Esfera de los Libros), una urdimbre de luces y vida íntima en la que el diestro de Chiva ha hurtado poco a lo esencial de una carrera como un torrente que hoy discurre manso por voluntad estrictamente suya tras haber dado muerte a más de cuatro mil toros.

Prologado por Mario Vargas Llosa, el libro incluye en su subtítulo, «Un torero para la historia», una calibración del todo ajustada a la figura de Ponce, a decir de Amorós, para quien «Enrique, aunque aún está en activo, ya está por derecho propio en la historia del toreo. Las cifras de su carrera no tienen comparación con la de ningún otro».

En el libro sobrevienen los momentos clave en la trayectoria del matador más fiable de la tauromaquia, aquel que, según descripción de José Mari Manzanares -uno de los muchos testimonios recogidos en la biografía-, «torea como el que se toma un café».

Otros, como el del colombiano César Rincón, rememoran formidables rivalidades en el coso, coronadas, confirmó ayer el propio Ponce, en una fraterna y perdurable amistad.

Ponce es capaz de recordar hasta el más nimio detalle de alguna de sus grandes tardes, las trabadas entre Madrid, Bilbao o Valencia. En la capital del Turia tiene especial ilusión por cortar un rabo, acaso uno de los pocos hitos que le restan por conquistar. El próximo martes, festividad de San José, hará el paseíllo sobre la arena de su plaza talismán, en la que ha tomado parte en más de cien corridas, con esa «ilusión» en la cabeza, convencido de que, como viene rumiando desde que tenía cinco o seis años, el ideal debe ser asimilable a la máxima aspiración cuando es la vida la que pende de un hilo.

Todo equilibrio y rectitud

El aparato gráfico de la obra, completísimo, conjuga singularmente con la exposición de la faceta más personal de un diestro que ayer Amorós situó en las antípodas de otra leyenda del toreo, Luis Miguel Dominguín, gran amigo del escritor. «Luis Miguel era un disparate y podía cometer muchos disparates», frente al carácter geométrico de Enrique Ponce: todo equilibrio y rectitud.

Con la pluma y con la espada, el matador de toros Enrique Ponce ha legado ya, cuando frisa el cuarto de siglo de oficio de matador, una biografía de torero de leyenda, firmada mano a mano con otro maestro, Andrés Amorós, crítico de toros de ABC y un auténtico gigante cultural revestido de la elegancia, la sencillez y la humildad de los genuinamente grandes.

Ambos, torero y escritor, presentaron ayer en Valencia «Enrique Ponce. Un torero para la historia» (La Esfera de los Libros), una urdimbre de luces y vida personal en la que el diestro de Chiva ha hurtado poco a lo esencial de una carrera como un torrente que hoy discurre manso por voluntad estrictamente suya tras haber dado muerte a más de cuatro mil toros.

Prologado por Mario Vargas Llosa, el libro incluye en su subtítulo, «Un torero para la historia», una calibración del todo ajustada a la figura de Ponce, a decir de Amorós, para quien «Enrique, aunque aún está en activo, ya está por derecho propio en la historia del toreo. Las cifras de su carrera no tienen comparación con la de ningún otro».

En el libro sobrevienen los momentos clave en la trayectoria del matador más fiable de la tauromaquia, aquel que, según descripción de José Mari Manzanares -uno de los muchos testimonios recogidos en la biografía-, «torea como el que se toma un café».

Otros, como el del colombiano César Rincón, rememoran formidables rivalidades en el coso, coronadas, confirmó ayer el propio Ponce, en una fraterna y perdurable amistad.

Ponce es capaz de recordar hasta el más nimio detalle de alguna de sus grandes tardes, las trabadas entre Madrid, Bilbao o Valencia. En la capital del Turia tiene especial ilusión por cortar un rabo, acaso uno de los pocos hitos que le restan por conquistar. El próximo martes, festividad de San José, hará el paseíllo sobre la arena de su plaza talismán, en la que ha tomado parte en más de cien corridas, con esa «ilusión» en la cabeza, convencido de que, como viene rumiando desde que tenía cinco o seis años, el ideal debe ser asimilable a la máxima aspiración cuando es la vida la que pende de un hilo.

Todo equilibrio y rectitud

El aparato gráfico de la obra, completísimo, conjuga singularmente con la exposición de la faceta más personal de un diestro que ayer Amorós situó como antítesis de otra leyenda del toreo, Luis Miguel Dominguín, gran amigo del escritor. «Luis Miguel era un disparate y podía cometer muchos disparates» frente al carácter geométrico de Enrique Ponce: todo equilibrio y rectitud.

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