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Columnas / LUGAR DE LA VIDA

La mañana

Me fui pensando que aunque no lo parece, sin darme yo cuenta, se han hecho mayores

Día 24/07/2010
Es raro ver por aquí a las mujeres sentadas.
Pero estaban Pilar y Carmen, a la puerta de la casa, sentadas en el banco que Carmen y Eliseo tienen para que se tumben los gatos al último sol del día, con los ojos guiñados, haciendo que duermen. El gato estaba en el suelo, y Jorge, jugando con una vara de castaño como las que cortaba para mis hijos Antonio. Nunca les veo envejecer, solo trabajar a todas horas. Casi siempre de lejos, me saludan, sin bajar del tractor, o se paran como suele hacer Julio para preguntarle a mi marido si lloverá mañana. En las aspas que acaban de segar el trigo, se ha quedado pegado el grano, esa insignificancia por la que ha habido guerras, revoluciones y hambrunas.
Se sabe por dónde ha pasado Julio porque en la carretera se queda orillada la paja que va cayendo del tractor a su paso, y así junto al negro del asfalto, queda la claridad del cereal y luego el verdor de la cuneta, que ya va siendo menos. Se nota en las fincas donde pastan las ovejas, que ya casi no queda hierba y solo están verdes los helechos que, por alguna razón, no prueban. Y en esto se demuestra que hasta el más doméstico y pacífico de los animales tiene su capacidad de influir en el entorno, y la simple decisión de no pastar los pteridófitos hace que medren por encima de otras especies los helechales.
Todo esto lo voy viendo según doy un paseo cada mañana para ir a buscar andando, a dos kilómetros, el periódico de cada día. Se me hizo raro ver sentadas a Pilar y a Carmen, sabiendo que en el campo la mujer jamás se sienta si no es para coser o abrir las habas. Me fui pensando que aunque no lo parece, sin darme yo cuenta, se han hecho mayores.
Yo también al volver del paseo, noto que me canso más que otros veranos.
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