BAJO las estrellas inaccesibles del cielo estival pasa, ya cansino, el vuelo fugaz de la política. Lo que hoy parece inscrito lapidariamente, mañana se desvanece. No hay palimpsesto más cambiante que el marcador electrónico de la Carrera de San Jerónimo. De ahí depende Zapatero, como del cuentagotas de una botella de suero. Tal vez ya estemos en plena fatiga estructural del zapaterismo.
No hay equipo médico habitual porque el estado del paciente varía según cada votación. Ocurrió el martes y volverá a ocurrir. Son pruebas de estrés. Las piden los doctores del PP, de CiU, del PNV y de PSC, por motivos diametralmente opuestos. Y la fragilidad del Gobierno las atrae como un campo magnético. A primera vista, eso lleva al PNV a ir tasando su voto a los presupuestos generales, CiU regula su «tempo» electoral —con el horizonte de futuras alianzas— y aquel injerto práctico que fue el PSC-PSOE no sabe cÓmo reconducir las viejas leyes de la selección de la especie.
En conjunto, no cesa la presencia proliferante del «Estatut» entrelazada, al modo de una figuración barroca, con las graves consecuencias de una recesión económica cuyas causas tanto internas como externas no han sido encaradas con la debida prontitud. En definitiva, el Estado autonómico y el futuro económico sienten directamente el escalofrío del filo de la navaja. Para los ciudadanos, enfrascados en el eclipse del crédito y la aspereza del desempleo, la pregunta es si la política está a la altura de tales circunstancias.
Con los más diversos envoltorios, la cuestión estatutaria catalana lleva más de un siglo ocupando desproporcionadamente la vida pública de España. Específicamente, la catalana, por supuesto. Absorbe energías en exceso. Hoy por hoy, mientras la política catalana sea la que es, no tiene solución. No existe otra vía que la conllevancia, y eso si es que la polvareda actual se aquieta. Pero con elecciones autonómicas a la vista la sinrazón también sirve como estrategia. Una vez más, se vio el martes que la «unidad de la fuerzas catalanas» es un mito, pero, aun así, ahí está el ex presidente del Barça alentándolo de nuevo, según el modelo de aquella antigualla que fue la «Solidaritat» de inicios del siglo XX que solo duró tres años por efecto de autodestrucción. CiU mantendrá las incógnitas hasta donde pueda e incluso más allá. Se trata de llegar a las elecciones autonómicas sin dar a conocer bazas. Hay tiempos y lugares en los que, sin ambigüedad, la política pierde presión.
En octubre, los presupuestos generales para 2011 son una cita crucial. Anteayer, CiU se abstuvo al votarse el techo del gasto en 2011 y, con oportuna dilación de su postura, el PNV votó no. Pero con la «rentrée«, PNV y CiU habrán intercambiado sus papeles. Para entonces, Urkullu conocerá las contrapartidas que Zapatero ofrece para el sí y CiU estará posiblemente en otra cosa, es decir, buscando votos por el centro y en la franja independentista: para eso le importa deteriorar al máximo el tripartido y la tramoya umbilical que mantiene en pie la gran máquina de poder que es el PSC-PSOE.
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